Crítica de "Oruña" por Luis Bazán (Profesor)

La historia ha sido usada, en demasiadas ocasiones, como marco de narraciones que, con más o menos acierto, movían personajes ajenos a la verdadera historia.
Tómese lo dicho anteriormente en el sentido más estricto de la palabra HISTORIA.
Monteagudo, en ORUÑA, da un vuelco en el planteamiento de cómo deben contarse las cosas, en el cómo hacer llegar al lector lo que sucedió y hacerlo creíble. Partiendo de testimonios escritos en el siglo II a.C. conduce con su trabajo hacia la contemplación pormenorizada de los momentos cruciales de un pueblo, el celtíbero, antes de su desaparición.

El qué guía al cómo y desarrolla el porqué: me explicaré.
A lo largo de esta obra (a la que le faltan otras tantas páginas para que quedase satisfecha la curiosidad del lector), el autor desenvuelve con mimo pausado una verdad histórica. Se sumerge, e invita a sumergirse con él, en un laberinto de piedras que, para los desconocedores de la realidad, son sólo piedras y nada más que piedras. Pero cuando muestra, y demuestra, que cada una de esas piedras fueron colocadas, habitadas y defendidas por hombres de carne y hueso, con sentimientos de dignidad y orgullo, no queda más que asumir que la labor realizada por Monteagudo va encaminada, no a narrarnos una novela (que de eso tiene, y mucho), sino a dejar abierta la puerta de un posible ensayo o estudio sobre nuestros ancestros. Si a eso le sumamos las pinceladas de una narración breve ambientada en los principios del siglo XXI, obtenemos una sinopsis sobre la desesperación del ser humano por la supervivencia de su libertad en tiempos lejanos, y que en nada difiere a la que ansían algunos pueblos en los tiempos que nos ha tocado vivir.
Ahí es donde aparece el qué empujó a los hombres a actuar de un modo determinado; cómo fueron los acontecimientos que se desencadenaron y el porqué de los resultados finales. Por lo tanto nos encontramos ante una lección de historia.

En ORUÑA no se ha construido una novela histórica, no. En ORUÑA, de la historia, se ha contado la otra historia; la desconocida tras siglos de olvido; ese olvido que encamina y empuja a cometer continuamente los mismos errores.
El acercarnos a los hechos partiendo de tres puntos distintos (con el punto de vista del narrador serían cuatro), logra José Ángel Monteagudo una obra en relieve al superponer los planos en un complejo diseño arquitectónico (que parece sencillo, pero que no lo es), además de cuidar (como si dirigiese una pieza teatral), el movimiento secundario del que no se habla, pero que está ahí, dándole perspectiva incluso al paisaje, porque no debemos olvidar que, como buen conocedor del paisaje prerromano donde transcurre la obra, se convierte en el cicerone ideal y nos sube y nos baja por laderas inaccesible y nos hace beber del agua fresca de los manantiales al pie del Moncayo (mil veces hollado y siempre virginal), nos pasea por las calles de la ORUÑA perdida y nos muestra por unos instantes el marco Becqueriano con la inconfundible Cruz Negra, y vislumbramos con él los viejos bosques ya desaparecidos.
Hay un aspecto que debe destacarse en ORUÑA: los ensamblajes de las distintas partes. No podemos usar aquí el lenguaje informático de cortar y pegar porque sería quitarle valor a lo que realmente ha conseguido el autor.
Es mucho más correcto decir que ha usado el bisturí con precisión. Ha terminado cada apartado en el punto exacto. Y ha cosido nervios, venas y masa muscular donde y como se debe hacer; conectando, así, la realidad a la ficción lejana, y la ficción lejana a la ficción cercana: todo un logro.
Bosquejo de ensayo, novela corta y narración brevísima; un tres en uno que facilita el conocimiento, invita a saber y deja insatisfecho; es el cóctel perfecto para abrir el apetito de nuevas lecturas sobre el tema.

A ORUÑA hay que acercarse con humildad, porque humilde es su tamaño (ya he dicho, al comienzo de esta reseña, que le faltan otras tantas páginas -sólo cuenta con 95 empezando realmente en la 7-). Quien entre en él con la cantinela de los que todo lo saben y nadie les va a enseñar nada nuevo con el consabido “a ver qué me cuenta este”, “a ver qué se le ha ocurrido ahora”, etc. etc., que no lo abra. Que no lo abra aunque lo haya comprado ya, porque con esos aires no conectará con Gelan (alma mater del desarrollo), ni con las líneas de Apiano (testigo directo de los hechos), ni con la inocencia de Gema (cuyo interés por el conocimiento no ha hecho más que empezar).

He disfrutado con esta lectura, e invito a recorrer sus páginas posándose en los puntos que el lector considere oportuno (porque puntos donde posar el razonamiento no le van a faltar).

(Noviembre, 2008)