CONFERENCIA: LOS HERMANOS BÉCQUER
La mirada costumbrista en los parajes de una villa aragonesa.
La mirada costumbrista en los parajes de una villa aragonesa.
CONFERENCIANTE: JOSÉ ÁNGEL MONTEAGUDO
Copyright del texto: José Ángel Monteagudo
(Registro de la propiedad intelectual. Gobierno de Aragón)
FECHA: 17–febrero–2009 (Biblioteca de Aragón, C/ Dr. Cerrada, 22)
Bien conocida a nivel popular es la estancia de los hermanos Bécquer en el monasterio de Veruela y su contribución a la imagen del mismo como lugar romántico y misterioso. Esa fama se ha perpetuado a lo largo de los años, sobre todo la del poeta Gustavo Adolfo ensombreciendo un poco la de su hermano; el pintor Valeriano. Para los más jóvenes, o neófitos, incluso se puede decir que la imagen de Valeriano es sombría, casi inexistente, reduciéndola a pura anécdota cuando no hay nada más lejos de la realidad y más inexacto si nos referimos a su labor costumbrista como vamos a comprobar a lo largo de esta charla.
Los hermanos Bécquer, Gustavo Adolfo y Valeriano, procedían de una familia sevillana de larga tradición artística, donde su padre José Domínguez Bécquer y su tío Joaquín Domínguez Bécquer tenían buena reputación como pintores costumbristas. Quedaron huérfanos muy jóvenes y bajo la tutela de sus parientes compaginan el aprendizaje de dibujantes y pintores con sus estudios, dirigiendo su interés principal hacia la historia del arte y la literatura romántica.
No vamos a indagar en profundidad en la biografía de los Bécquer, haremos unas breves referencias de localización e iremos directamente a su estancia principal por las tierras del Moncayo. Tras numerosos avatares en su vida (temprana muerte de sus progenitores quedando a cargo de su tía Maria Bastida y después a cargo de su madrina Manuela Monahay, traslado a Madrid, affaires amorosos –recordemos que corteja a Josefina Espín pero se enamora de su hermana Julia, ambas hijas del músico Joaquín Espin–, se casa con Casta Esteban), Gustavo Adolfo enferma de tuberculosis –entonces enfermedad mortal–.
En el verano de 1863, Gustavo Adolfo, enfermo, llega a casa de su hermano Valeriano en Sevilla, acompañado de su mujer Casta y su hijo Gregorio Gustavo Adolfo, nacido en la localidad de Noviercas un año antes, pues su mujer poseía bienes familiares y una casa. Valeriano se separa de su mujer (Winnefred Cogan) y en breve tiempo marcharán todos juntos a Madrid (incluidos los hijos de Valeriano; Alfredo y Julia). La residencia en Madrid es muy breve y a los pocos meses, en pleno invierno, los Bécquer se trasladan al monasterio de Veruela en busca de paz, sosiego y una cura de salud que se antoja prioritaria; esta estancia –fechada entre el invierno de 1863 y el verano de 1864– que de todos es conocida por sus geniales obras al amparo del cenobio de Veruela y del legendario Moncayo.
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Pero sus obras no solo dieron a conocer el conjunto artístico y misterioso del propio monasterio sino también del Moncayo y de los pueblos y parajes cercanos al mismo. Aunque las leyendas son las obras más reconocidas de este periodo (Los ojos verdes, El gnomo, o La corza blanca, son sus exponentes directos), ambos hermanos también se preocuparon por reivindicar el acervo popular y costumbrista para que quedase constancia, con el paso de los años, de una forma de vida referida a la sociedad rural condenada a su paulatina desaparición. Esto no quiere decir que las propias leyendas, bajo ese halo misterioso, no portaran raíces costumbristas o populares; los ojos verdes, por ejemplo, maman de la propia esencia que los etnólogos han recogido en otros lugares en todo el territorio español, implicando a estos espíritus femeninos de las aguas (llámense lamias, dones d´aigua o moras encantadas).
Algunos estudiosos de la obra de Gustavo Adolfo Bécquer han querido ver (en los ojos verdes) esencias germánicas; La balada de Loreley, la ninfa del Rhin (recogida por Brentano, después por Heine, y covertida en ópera por Lachner) o El pescador de Goethe. Otros ven similitudes con El caballero de Cifar o La fuente de la mora encantada de Quintana ... Y así nos pasaría con las demás leyendas pues las anteriores fuentes literarias ayudaban a hacer nuevas versiones o simplemente ejercían de bálsamo imaginativo creando obras nuevas basadas en historias parecidas. Si a ello unimos las mismas tradiciones orales que en los entornos rurales eran de un componente muy fuerte justificaremos esos paralelismos.
Pero alejándonos de su obra más conocida indagaremos en el acervo costumbrista de los Bécquer por las tierras del Moncayo y rescataremos obras que con el paso del tiempo se han convertido en referencias ineludibles sobre las tradiciones, usos y costumbres de las gentes de aquella época.
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Haremos una composición de lugar. Debemos comentar que en esta conexión cultural—costumbrista, la villa de Vera de Moncayo –por su proximidad y estrecha relación con el cenobio– será un lugar importante en la ambientación de varios de sus trabajos, así como para la convivencia y la vida diaria pues el abastecimiento e intendencia del complejo cisterciense, convertido por los avatares del devenir en hospedería, se llevaba a cabo desde la pequeña villa moncaína.
Esa citada conjunción de villa y cenobio, de Vera y Veruela, hizo posible la estancia de los hermanos Bécquer por las tierras del Moncayo aragonés (recordemos que pueblo y monasterio se encuentran separados por apenas un kilómetro de distancia). Hay que reflejar que la situación de la villa de Vera a mediados del S. XIX no era la que nos encontramos en la actualidad, sólo hay que hacer un ejercicio de traslación de ambientes... imaginemos: el aislamiento del pueblo era notable y los caminos de tierra, en lamentable estado, eran obstáculos con los que se encontraban caminantes y carruajes en su acceso al valle. No existían ninguna de las comodidades de las que gozamos actualmente –y apenas apreciamos–; no había electricidad, ni agua corriente en las casas, los candiles y las jofainas hacían las veces de bombillas y lavabos. Estas vicisitudes unidas a las adversidades meteorológicas, sobre todo en los meses invernales, convertían el camino al pueblo en una penosa travesía. A pesar de ello Vera, que por entonces contaría con unos 700 habitantes, aprovisionaba regularmente a la hospedería del monasterio y recibía el correo por valija tres veces a la semana, elementos fundamentales para las necesidades de ambos hermanos artistas, enamorados de los parajes del cenobio pero condenados a unos aislamientos duros tanto en lo personal como en los efectos de los meteoros.
Recordemos que el cenobio había pasado a manos particulares tras su desamortización[1] y funcionaba como una hospedería, sus celdas se reservaban durante gran parte del año al administrador del mismo, el notario de Vera, D. Santiago Sola. Pero era en los meses de verano, con la llegada de nuevos personajes e incluso familias enteras, cuando la vida social del monasterio adquiría mayor intensidad.
Un folleto publicado en 1861 bajo el título <
-Todos los males se curan, con los aires de Veruela, menos el amor, la tisis, las manías y la suegra.
-De su hondo seno Moncayo por la pedregosa Huecha, nos da sus puras corrientes que aún más puras aquí llegan.
-¡Qué claustros! ¡Qué corredores! ¡Qué paseos! ¡Qué alamedas! ¡Qué sombra tan apacible! Y si arde julio, ¡qué fresca!
-De las brujas de Trasmoz que de unas a otras se heredan, y así sostienen su fama, no habléis mal, porque se vengan.
-Por eso yo, por si acaso las veo y se me presentan, lo primero que hago es darles un beso y una peseta.
-¡Qué paz! ¡Qué quietud! ¡Qué campo! ¡Como el ánimo se eleva con el libro, con una ave que te mira, canta y vuela!
-Las visitas no te llaman, los negocios no te degüellan, las campanas no te aturden, los primos no te primean.
-¿Se hunde el mundo? ¡Pobrecito! Casi lo siento de veras: mas no te llegue aquí el rumor, y que se hunda cuando quiera.
-¡Cuántos versos he de hacer cuando tenga tiempo y sepa en elogio de este sitio que la misma envidia lea!
-Añón envía sus truchas, Alcalá leche y manteca, Trasmoz ofrece sus vistas, Vera su mercado y tienda.
El “Romance” es muy amplio y menciona tradiciones y costumbres que se reflejarán después en los trabajos de los Bécquer (las cartas desde mi celda parten de este sustrato de tradición previa), pero en la última estrofa que hemos reproducido se puede comprobar la importancia de la intendencia que Vera ofrecía a los entonces visitantes del monasterio convertido en hospedería. Aunque este Romance tiene algunos versos realmente forzados –y algo torpes- ya destilan esa mezcla de localismos, referencias a las brujas e imágenes de tranquilidad que los hermanos Bécquer destilarán en algunos de sus trabajos.
Las ordenanzas para los huéspedes son realmente graciosas e hilarantes y simplemente vamos a citar alguno de sus artículos para que nos ayuden a comprender la mentalidad y la “vida social” desde que en 1849 se abriese la hospedería del monasterio.
Art. 12. Los huéspedes que trajesen perros, están obligados a hacer limpiar sus porquerías en el claustro, en el salón, en donde quiera dentro del edificio; y si no lo hicieren, en este caso no serán los perros los animales.
Art. 7º. Paséese por donde se quiera, es ley que al retirarse acudan todos a la Cruz negra a tertulia general: y si mas no se pudiere, se saludará a los que allí estuvieren.
Art. 8º. En aquella tertulia será lícito mentir, con tal que la mentira no pueda inducir en error a las preñadas y a los menores de diez años.
Art. 9º. El que reprenda, moteje o critique alguna expresión por poco propia o menos castiza en la lengua, solo será tenido por persona racional mientras estuviere presente.
Art. 6º. Cada uno paseará por donde quiera, como, donde y cuando quiera, sin que sea obligación, ni se crea buen modo llamar a otro para ir juntos salvo al paseo del Barranco y Prado Largo.
Estos dos lugares a los que se refiere alejados del recinto, comparecen en los cuadernos de apuntes de Valeriano. En concreto en el álbum “Expedición de Veruela” (del que hablaremos luego) aparece en la lámina 37 una estampa campestre, en la que varios hombres y mujeres, junto a un perro dormitan en el campo. Esta comida campestre certifica la aproximación de los dibujos de Valeriano hacia la realidad cotidiana.
Siguiendo con las ordenanzas, reseñaremos algunas más realmente graciosas:
Art. 10º. Ningún caballero acompañará a paseo a las señoras, si ellas no lo llamaren, a no ser la mujer propia, de la familia, pupila o tonta.
Art. 11º. Los casos en que una señora (o muchas) podrá llamar a un caballero a paseo, son:
1º Para librarla de la conversación de dos viejas que se empeñan en llevársela consigo.
2º Para que la ayude a llevar el miriñaque o alzarle el vestido si se lo pisase.
3º Cuando públicamente declare que le dará un patatús, si no tiene un hombre a su lado.
4º Cuando impensadamente oigan un trueno muy fuerte y perdier el color de miedo, o le sucediere otra cosa.
5º Cuando quisiere dar un paseo extraordinario, y lo son para las señoras del Barranco y Prado largo, aun en el prado de la Heregia, las vistas de Trasmoz y la acequia del tejar hasta el collado de Traid y la Aparecida.
El Moncayo siempre aparece como la montaña lejana, majestuosa. Ya algunas láminas de Valeriano lo refleja así: Expedición de Veruela, láminas 56, 59 y 89.
Art. 20º. Si alguno o algunos subiesen a Moncayo y a la vuelta dijesen que han visto este mundo y el otro, no por eso habrá obligación de creerlos, y volviendo un poco la cara se podrá reir de él o de ellos el que quisiere.
Por último reflejaremos dos artículos, cuando menos, singulares:
Art. 17º. Si alguna señorita o casada se declarase poetisa o escritora de novelas (ejemplares, por supuesto) se la dejará siempre sola: ni aun se le saludará para no distraerla.
Art. Adicional. Aquí las opiniones políticas son almas de otro mundo.
Está claro que retirarse al monasterio de Veruela era una inmersión en un mundo ajeno al tránsito urbano abrazando la soledad y el silencio de forma permanente. Aunque estas estancias estaban pensadas para el periodo veraniego y los viajes y estancias de ambos hermanos en Veruela no están claros si exceptuamos el período entre el invierno de 1863 y el verano de 1864. Está claro pues que los hermanos pasaron un crudo invierno de forma permanente con unas comodidades escasas y más por necesidad que por gusto.
Pero gracias a esta estancia, este viaje da como fruto artístico las conocidas cartas “Desde mi celda” de Gustavo Adolfo, editadas en El Contemporáneo de Madrid entre el 3 de Mayo y el 6 de Octubre de 1864, y el álbum de dibujos y acuarelas de su hermano Valeriano bajo el título “Espedición de Veruela”[2]. La mayoría de ellos están localizados en el propio monasterio y en los pueblos cercanos, entre los que se incluye Vera con particular querencia. Es un álbum que refleja los tipos y costumbres apartando la visión romántica de la época. Las láminas se dedican a aldeanos y lugareñas de la comarca en su quehacer diario, a los alrededores del monasterio (obviando la mayoría de las veces los lugares más monumentales del mismo, abandonando la grandeza de las exposiciones en pos de unas estampas más íntimas reflejando cualquier rincón o paraje cercano ), y –en buena parte– a plasmar detalles de la arquitectura popular (casas, interiores, calles).
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Se puede calificar de determinante la figura del poeta Augusto Ferrán, gran amigo de los Bécquer. Ferrán era poeta, había vivido en el monasterio el año anterior a la larga estancia de los Bécquer en Veruela y diversas hipótesis apuntan a que su relación con Vera no era circunstancial, ya que su madre era aragonesa y mantenía lazos afectivos con varias familias zaragozanas. Aunque los hermanos Bécquer conocían la existencia del monasterio, es probable que Ferrán ejerciese un papel fundamental por su mayor conocimiento del entorno.
Augusto Ferrán había tratado se subsistir en París (junto a Julio Nombela, periodista y dramaturgo eapñol, tal y como éste reseña en sus memorias) como traductor y escritor de periódicos, trabajos muy mal pagados y considerados en aquella época. Ferrán abandonó la capital parisina al recibir la herencia de su madre. Hombre de vida desordenada y embarcado en proyectos editoriales que resultaron un fracaso (amén de avalar a compañeros de generación que luego no le respondieron), Ferrán agotó su patrimonio, decidiendo retirarse al monasterio de Veruela hacia finales de 1862 huyendo de sus acreedores. Allí le fueron llegando noticias de su descalabro financiero pues en las cartas que le llegaban por correo a Veruela el tema económico se trata permanentemente.
Allí escribió “El puñal”, una leyenda que es presentada como una tradición recogida en boca de un lugareño junto al cenobio verolense. La narración transcurre mientras se construye –a finales de la Edad Media– la cerca del monasterio. Como cita en uno de su numerosos trabajos sobre el autor, el estudioso Jesús Rubio; “Ferrán, tras narrar la fundación milagrosa del cenobio, transcribe el relato de un aldeano: un herrero, empleado en las obras del monasterio se enamoró de una joven judía de Trasmoz, rica y bella, que despreció al herrero. Despechado, ante la imposibilidad de lograr su amor, éste fabricó un puñal para asesinarla. Su amor se convirtió en una obsesión y en locura. Finalmente, al no poder llevar a cabo su venganza, decidió matarse él mismo con el puñal y al hacerlo, se produjo un fenómeno fantástico: el puñal absorbió toda la sangre que brotaba de su herida...”
Está claro que estas tierras y parajes del Moncayo daban juego para las historias fantásticas. Ferrán abandonó el monasterio dejando embargadas todas sus pertenencias, perdiendo así la mayoría de sus escritos que, aunque reclamados años más tarde al notario de Vera, D. Santiago Sola (administrador a su vez de la hospedería del monasterio), nunca le fueron devueltos.
En el año 1991 (casi 130 años después) aparecieron en un desván de la villa de Vera, entre los restos del archivo personal del notario D. Santiago Sola, parte de la obra de Augusto Ferrán. Se encuentran varias cartas y algunos libros bastante deteriorados que aunque no son muchos datos, sí los suficientes como para ahondar en el conocimiento de su obra y establecer nexos con la de Gustavo Adolfo Bécquer.
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Volviendo a los hermanos Bécquer y su labor costumbrista, reseñaremos que Vera, por su cercanía al Cenobio, era visitada frecuentemente por ambos. Valeriano aprovechaba los desplazamientos a la Villa para realizar bocetos de cualquier rincón del mismo o simplemente dibujar escenas de la vida cotidiana, en las cuales se ven reflejadas las costumbres de sus habitantes.
Cita Santos Torroella en uno de sus estudios sobre Valeriano Bécquer: “Valeriano Bécquer es uno de los primeros pintores españoles, si no el primero, que a la manera de Monet o de Pisarro, échase al campo, con su mínimo taller a cuestas, para confiar al campo su inspiración y obra”[3].
El álbum “Expedición de Veruela”, fue un cuaderno de trabajo que Valeriano elaboró en la estancia antes indicada (Invierno 1863-vaerano 1864). Ya en una semblanza que Gustavo hace de su hermano poco después de muerto reseña:
“Allí dibujó mucho y pintó algunos cuadros de costumbres aragonesas y dos fantasías muy originales. Uno “En busca del diablo”, y otro “La pecadora”. También pintó “La vendimia”. En esta época se fijó en el estudio de las costumbres populares”.
Pues bien, muchos de estos trabajos pintados en la abadía se han perdido pasando a engrosar la lista de obras desaparecidas. Se calcula que de los 111 cuadros catalogados en su semblanza, sólo un tercio se halan localizados.
Más suerte tuvieron los dibujos. A la muerte de Valeriano, su viuda se llevó –como mínimo- tres álbumes de dibujo, según consta la carta que acompañaba al único de ellos conservado y al que nos referimos, este “Expedición de Veruela”. Se desconoce el periplo del cuaderno, quizá fueran vendidos en el mercado inglés, aprovechando la fama que su hermano Gustavo alcanzó en ese país.
Es más, facilitaría en las sucesivas ventas que, por error o por mistificación, este álbum acabara atribuyéndose a Gustavo. Como obra suya aparece en un catálogo del librero alemán Hiersermann (Leizpig). Allí lo adquirió la Universidad de Columbia, en Nueva Cork, donde fue localizado y descubierto por Ángel del Río. Él mismo acompaña su información con comentarios realmente interesantes y certificando la autoría de Valeriano:
“Aparte de su excelencia técnica, delicadeza, y precisión del trazo –de color en las acuarelas-, acusan casi todos los dibujos un sentimiento poético afín al de Gustavo Adolfo, que desvirtúa, realzándolo, algo borrada además por el tiempo, produce en quien los ve, la sensación de hallarse ante un ejemplo claro de sensibilidad romántica; le comunica el mismo hondo encanto de la soledad, la misma fina percepción de la naturaleza, de lo popular, de lo simple y de lo antiguo que encontraríamos en numerosas páginas del poeta de las “Rimas”. Se piensa entonces en la hermosa unión fraterna de estos dos artistas que en sus andanzas por tierras de España nos revelaron, obedeciendo a un imperativo de época, la emoción de la auténtica vida española, idéntica en esencia a la que pocos años después fueron a buscar, en trance dramático, los mejores espíritus contemporáneos”.
Con este mismo artículo, Ángel del Río reproduce dos dibujos y una acuarela del cuaderno.
“Expedición de Veruela” no hay que verlo como una obra acabada sino como un cuaderno de campo y de trabajo (28 x 19). Salir al campo con unos lápices unas acuarelas y plasmar cualquier reflejo de la zona, ya era una labor vanguardista, tal y como hemos citado antes de Santos Torroella. (Obra desordenada, utiliza los bocetos para obras posteriores, otros los deja inacabados, inclusión de los dibujos en Vizcaya –puerto de Algorta-…)
En “Expedición de Veruela” se recogen muchas láminas con referencias a la villa de Vera de Moncayo y su término; y todas en labores o trabajos que ejercen los lugareños y vecinos en el día a día;
Lámina 9: (Sin fecha). Se ve una procesión por las calles del pueblo. Se contempla en primer plano el mayordomo (portando el pendón), el dulzainero, el tamborilero, el alcalde y una aldeana junto a varios chiquillos. En segundo plano (perfilado levemente) la comitiva que lleva a hombros la imagen del santo patrono (posiblemente la procesión tenga como objetivo el bendecir los campos y el santo sea San Isidro).
Lámina 13: (Bera, 10 Junio 1864). Se ve al herrero trabajando en la fragua en compañía de dos muchachos.
Lámina 34: (Vera, 30 Diciembre, 1863). Peirón con casa al fondo. Este dibujo es en color.
Lámina 37: (Fuente del Prado, 7, Julio 1864. Después de la comida). Representación de una decena de personas dormitando tras la comida campestre.
Lámina 42: (Vera, 5 Febrero 1864). Planos de un hombre y dos mujeres, vecinos de Vera.
Lámina 47: (Vera, 30, Diciembre 1863). Gustavo Adolfo reposado sobre un árbol en algún paraje cercano al pueblo.
Lámina 48: (Vera, 30 Diciembre 1863). Grupo de lavanderas.
Lámina 70: (Vera, 4 Febrero 1864). Calle con grupos de aldeanas conversando en las puertas de sus casas.
Lámina 71: (Bera, 5 Abril 1864): Grupo de bodegas excavadas en la tierra.
Lámina 72: (Vera, 5 Febrero 1864): Entrada de un huerto con una aldeana junto a su puerta.
Lámina 73: (Vera, 5 Febrero 1864): Casa y callejón contiguo en la parte alta del pueblo. (Esta casa existe y se puede reconocer variando la entrada, en la que desaparece el ladrillo y las ventanas se han ampliado.
Lámina 76: (Veruela, 15, Marzo 1864): Se ve en un lateral un torreón de la muralla de Veruela y al fondo el camino que baja por “El Soto” hacia Vera.
Las láminas 4,41,74,75 y 79 , son representaciones del barranco de Maderuela –paraje del término de Vera– y ni que decir tiene que la mayoría de las láminas son representaciones del monasterio de Veruela, tanto panorámicas y paisajes exteriores, como detalles y vistas interiores. Estas vistas del monasterio toman imágenes del claustro, puertas de acceso ala iglesia, la sala capitular, las arquerías del claustro superior, detalles artísticos como la tumba del fundador, columnas, capiteles, gárgolas, ménsulas, tracerías de bóvedas, detalles de frisos… como ven una buena representación de los detalles del monasterio.
No debe olvidarse que estas láminas no dejan de ser la obra de un pintor viajero que recoge en sus carpetas la realidad diaria y los detalles más insignificantes en apariencia, pero que con el paso del tiempo sí tiene una trascendencia de reflejo de lo cotidiano y la costumbre de antaño. Más adelante sí que haremos referencias a cuadros más trabajados, óleos que también se nutren de estas láminas de trabajo de campo.
Evidentemente también hay referencias y láminas a parajes cercanos de otros pueblos; Trasmoz, Añón, Alcalá… pero Vera y el monasterio se llevan la mayor parte.
En este cuaderno queda reflejado su amor a lo humilde, su sensibilidad hacia los mínimos detalles (pudiendo elegir grandes panorámicas del monasterio) y sobre todo refleja el entorno en el que conviven las personas como eje fundamental de sus trabajos. Algunos autores y estudiosos lamentan que ninguno de estos trabajos se desarrollasen en lienzos posteriores pues podían haber significado un precursor en un nuevo movimiento de vanguardia. Esa voluntariedad en expresar lo mínimo hubiese permitido enfocar su atención en ciertos paralelismos con la obra de Monet “Le Dejeneur sur l´erbe”, además de equipararse con otros artistas que sí lo expresaron en su obra (Haes o Martín Rico, que por la mismas fechas inician la andadura de la pintura realista).
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Hay otra obra de Valeriano, “Spanish Sketches”[4], que consta de 68 dibujos y se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, en la que mantiene parte de la argumentación que destila en “Expedición de Veruela”, pues sigue haciendo referencias a los parajes de Veruela y a sus gentes pero también dibuja estampas de Bilbao, Algorta o Madrid. El álbum está compuesto de dos partes (Spanish Sketches 1 y Spanish Sketches 2), en las que a pesar de esta partición no se puede establecer criterio alguno para tal estructura.
Este es un álbum distinto al anterior. “Expedición” era un álbum más unitario en el que la temática de los parajes del Moncayo (amén de la expedición a Algorta) está siempre presente; en “Spanish” parece que simplemente es una compilación de dibujos con la intención (posterior, claro) de tener acabado un álbum completo sin criterio ni unificación alguna. Hay láminas de distintos tamaños, y algunas láminas recortadas expuestas verticalmente, lo que nos podría inducir a pensar que hubiese un tercer álbum de Veruela. Pero las dificultades que parece que el que ha compuesto éste tuvo para completarlo nos hace descartar tal posibilidad. Seguramente se tratasen de láminas sueltas.
El final del “Expedición” coincide con algunos dibujos del “Spanish” en la fecha. Pudiera ser que simplemente al acabarse las hojas del primero, Valeriano iniciase algunas láminas en las hojas del segundo pues en este no hay unidad entre las láminas.
Se incluyen dibujos de la vida cotidiana (mirada lírica y realista) pero Valeriano incluye una mirada despectiva en algunos de ellos. Los primeros dibujos reflejan una caricaturización de personas (del monasterio, gentes importantes que invitan a los escritores venidos de la Corte a participar… la verdad es que la impresión que Valeriano saca de ellos es nefasta), deformación que Valeriano hace a propósito.
Interesantes son las láminas números 20 y 30. La lámina 30 representa a un paloteador con su característico atrezo, que podría dilucidar algo sobre la vestimenta que portaban los mismos en una época –la actual– en la que se trata de recuperar gran parte de los dances y paloteados de las comarcas aragonesas. La lámina 20, representa a dos hombres borrachos seguramente en cualquiera de estas bodegas. La evolución de esta escena dará lugar al grabado “Los dos compadres” publicado en El Museo Universal con fecha del 17 de Enero de 1869.
Hablando de publicaciones en prensa debemos comentar que en aquella época de penurias económicas los artistas y escritores se apoyaban en la prensa periódica como una buena manera de asegurarse un sueldo. El Museo Universal era la revista semanal más prestigiosa de la época y ofrecía a sus lectores una amplia gama de posibilidades culturales. Ya en su cabecera rezaba; <
La presentación del periódico sobre estas colaboraciones rezaba así;
“Deseando dar a nuestra publicación el carácter verdaderamente original y artístico que su índole requiere, ofrecemos hoy el primero de una interesante serie de dibujos de escenas, de costumbres, tipos y trajes de las diferentes provincias de España, debidos al lápiz de don Valeriano Bécquer. Hoy, que el movimiento natural de la época tiende a transformarlo todo procurando imprimir a los diferentes pueblos de España ese carácter de unidad que es el distintivo de las modernas sociedades; hoy, que vamos siguiendo este impulso, desaparecen unos tras otros todos los vestigios del pasado, cuya pintoresca originalidad amenaza convertirse en la más prosaica monotonía, a nadie puede ocultarse la importancia y el interés de este género de estudios. Pensionado el señor Bécquer por el gobierno de S.M. para recorrer con este objeto las diferentes provincias de España, creemos que los suscriptores de EL MUSEO verán con gusto los apuntes de su cartera de viaje.”
Los grabados de Valeriano sobre costumbres aragonesas reflejan escenas diarias y comunes; “El Hogar”, “La misa del alba”, “Las jugadoras”, “El tiro de barra”, “La salida de la escuela”, “La pastora”, “El pregonero”, “La vuelta del campo”, “Santa María de Veruela”, “El alcalde”, “Monasterio Santa María de Veruela”, “La corrida de toros en Aragón”, “Los dos compadres”, “La rondalla”, y “Vista interior del Monasterio de Veruela” completan esta particular colaboración de los hermanos Bécquer con el Museo Universal. Estas obras fueron publicadas entre junio de 1865 y julio de 1869. Los textos explicativos de los grabados corrían a cargo de Gustavo Adolfo; ahí es donde su pluma brilla con la maestría habitual y su escritura es la suma de la descripción de los propios grabados junto con sus experiencias vitales por lo que su conjunción con los dibujos es evidente, demostrando que son fruto de experiencias vividas en común más que una mera colaboración entre artistas.
Para muestra un botón rescatando la prosa que ofrece Gustavo Adolfo en una de las escenas que se refiere a “Las jugadoras” en escenas y costumbres de Aragón, demostrando la capacidad que ofrece la conjunción de ambas disciplinas:
“En la tarde del domingo, /cuando el cura del lugar después de dormir la siesta sale a hacer un poco de ejercicio por las eras cercanas en compañía del alcalde, el médico y algunas otras personas graves de la población, /cuando los labradores acomodados hablan sentados tranquilamente en los soportales de la plaza y los mozos recorren las estrechas y tortuosas calles cantando la jota al compás de un guitarrillo destemplado,/ se juntan en grupos a la puerta de una bodega donde beben el vino en pucheros, forman círculo en el juego de pelota donde se lucen los más ágiles o asisten envueltos en sus mantas al tiro de la barra donde campean los más forzudos, cuando chicos y grandes, casados y mozos, viejos y muchachos discurren, en fin, de un lado a otro celebrando cada cual a su manera la festividad del día, /las mujeres se reúnen en las cocinas de las casas, en los cantones de las calles o en las avenidas de los caminos y, dejando a un lado el rosario que rezaban al sonar el toque de vísperas, desenvaina cada cual su más o menos mugrienta barajilla, se sientan en corro y da principio al juego.
En cada círculo se juega con arreglo a las circunstancias y los medios de las jugadoras. El ama del cura, la alcaldesa, la cirujana, y alguna labradora acomodada juegan el chocolate y los esponjados al amor de la lumbre donde brilla el alegre fuego del hogar y hierve la vasija con el agua preparada de antemano.
Las mujeres de los braceros y las hijas de los peones, engalanadas con sus apretadores verdes, sus sayas rojas y sus collares ce cuentas azules, juegan en mitad del arroyo los cuartos y ochavos que han podido ahorrar en la s, y gritan, riñen y se repelan al cuestionar sobre una jugada dudosa o el extravío de un maravedí.
Las chiquillas sentadas al borde del camino que conduce al lugar sacan también su barajilla pequeña (que las hay de todas clases y tamaños para todas las edades y fortunas) y juegan alfileres, huesos de frutas y cosas por el estilo.
El dibujo que ofrecemos a nuestros suscriptores, notable por la exactitud de los tipos y el carácter de localidad del fondo, puede dar una idea más aproximada de estas escenas que cuanto nosotros pudiéramos añadir sobre el asunto.”
Todos los dibujos y apuntes que realizó Valeriano son testimonios directos de la realidad de su entorno y de las costumbres de los pueblos de la comarca, en un intento por plasmar el mundo tradicional y su día a día. Los dos hermanos eran conscientes del proceso de cambio que se estaba llevando a cabo en la sociedad rural y que desembocaría irremediablemente en la desaparición de esta forma de vida, por lo que trataron de contribuir con sus trabajos a evitar que se perdiera en el olvido. Como dirá Gustavo Adolfo; “No se puede esperar a que se haya borrado la última huella para empezar a buscarla”, y así lo plasmará él en sus escritos. La explicación de la mayoría de los dibujos de su hermano tienen su reflejo y adquieren su sentido en las cartas;
“Lo único que yo desearía es un poco de respetuosa atención para aquellas edades, un poco de justicia para los que lentamente vivieron preparando el camino por donde hemos llegado hasta aquí, y cuya obra colosal quedará acaso olvidada por nuestra ingratitud e incuria. La misma certeza que tengo de que nada de lo que desapareció ha de volver, y que en la lucha de las ideas las nuevas han herido de muerte a las antiguas, me hace mira a cuanto con ellas se relaciona con algo de esa piedad que siente hacia el vencido un vencedor generoso”.
Mientras Valeriano realiza bocetos de casas, aldeanos con trajes típicos y escenas de la vida cotidiana (en un intento por plasmar e inmortalizar aquellos tiempos), el poeta hará lo propio desde sus cartas con una prosa, a la vez de brillante, concienciada;
"No pueden ustedes figurarse el botín de ideas e impresiones que para enriquecer la imaginación he recogido en esta vuelta por un país virgen aún y refractario a las innovaciones civilizadoras.
Al volver al monasterio, después de haberme detenido aquí para recoger una tradición oscura de boca de una aldeana, allá para apuntar los fabulosos datos sobre el origen del lugar o la fundación de un castillo, trazar ligeramente con el lápiz el contorno de una casuca medio árabe, medio bizantina, un recuerdo de costumbres o un tipo perfecto de los habitantes, no he podido menos de recordar el antiguo y manoseado símil de las abejas que andan revoloteando de flor en flor y vuelven a su colmena cargadas de miel.
Los escritores y los artistas debían hacer con frecuencia algo de esto mismo. Sólo así podríamos recoger la última palabra de una época que se va, de la que sólo quedan hoy algunos rastros en los más apartados rincones de nuestras provincias y de la que apenas restará mañana un recuerdo confuso.”
La cuarta carta del poeta refleja una defensa, estudio y reflexión sobre la tradición, y en su intento de preservarla insta incluso al Gobierno para fomentar expediciones artísticas compuestas por un arquitecto, un literato y un pintor, cuyo objetivo sería el de recoger material interesante y suficiente para la consecución de grandes obras;
“Unos y otros se ayudarían en sus observaciones mutuamente, ganarían en esa fraternidad artística, en ese comercio de ideas tan continuamente relacionadas entre sí, y sus trabajos serían un verdadero arsenal de datos, ideas y descripciones útiles para todo género de estudios.
Además de la ventaja inmediata que reportaría esta especie de inventario artístico e histórico de todos los restos de nuestra pasada grandeza, ¿qué inmensos frutos no daría más tarde esa semilla de impresiones de enseñanza y de poesía, arrojada en el alma de la generación joven, donde iría germinando para desarrollarse tal vez en el porvenir?.”
Otras cartas hacen referencia a leyendas e historias fantásticas del contorno alcanzando la prosa del poeta niveles insuperables, pero alejadas de su conciencia costumbrista.
Después de la estancia entre el invierno de 1863 y el verano de 1864 tenemos constancia del regreso de los Bécquer al monasterio. A Valeriano se le concede una pensión oficial (diez mil reales al año) entre 1865 y 1868 para seguir con su labor de pintar cuadros costumbristas, y de este período se encuentran tres oleos sobre temas aragoneses; El Presente, El Chocolate y La vuelta del campo.
En una carta remitida desde Vera, el 23 de Marzo de 1866, solicita una prórroga para la entrega de sus lienzos y así un mes más tarde hace entrega de su primer cuadro; El Presente[5]. El tema es una fiesta popular celebrada en algún pueblo de la comarca del Moncayo, en la que la comitiva es obsequiada con pastas y vino a la puerta de la casa de un cofrade, amenizados por la música del tamboril y la dulzaina. No podemos asegurar el pueblo representado en este óleo, pero el vestuario del danzante situado en el centro del cuadro nos puede orientar ya que los trajes actuales de algunos pueblos (Bulbuente, Grisel, Maleján, El Buste o Talamantes) se asemejan a éste.
En julio de ese mismo año hace entrega del siguiente cuadro; El chocolate[6]. Este óleo puede tener su localización en Vera de Moncayo y derivaría de alguno de los diferentes bocetos recogidos por el pintor en la villa y que forma parte de sus obras anteriores. El tema es el interior de una casa del Moncayo aragonés con la familia reunida para tomar el chocolate, y la escena recoge en un primer plano los personajes jugando a las cartas y tomando chocolate, mientras un segundo plano, en penumbra, representa las vigas de madera que sostienen el edificio (en el álbum Expedición de Veruela, láminas 68 y 69, ya se recogían apuntes de interiores de arquitectura popular similares a los de éste óleo).
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Los Bécquer encontraron en Veruela un filón inagotable para su arte y también para su imaginación, mezclando romanticismo y misterio, ofreciéndonos una producción artística de innegable talento en la que no solo el monasterio sino también la villa de Vera y los pueblos aledaños fueron escenarios fundamentales en las obras y ensoñaciones de los dos hermanos. Pero si importante fue esta producción fantástica no lo fue menos su labor como testigos directos de la realidad de su entorno, plasmando en sus obras el mundo tradicional rural y las costumbres de sus habitantes en un intento por preservar esas imágenes en el tiempo. Desde estas líneas reivindicar la parte costumbrista de la obra de los hermanos Bécquer, más desconocida, pero igualmente gratificante y poseedora de un gran componente cultural.
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Sobre las grafías “B” y “V” (respecto a las firmas en las láminas de Valeriano).
La ortografía española mantuvo por tradición las letras b y v, que en latín respondían a una oposición con valor fonológico. Por esta razón, nuestra lengua respetó la grafía de las palabras con b o v según la tuvieran en su lengua de origen, como sucede en los casos de abundancia, bimestre, bondad, beber, que provienen de las latinas “abindantia(m)”, bimestre(m), bonitate(m), bibere(m).
No obstante como en castellano antiguo b y v, distribuidas de modo distinto al actual, posiblemente sí respondían también a una distinción fonológica propia, perviven casos de b antietimológica (es decir, donde el uso se ha impuesto a la etimología), como abogado, abuelo, barbecho, barrer, procedentes de palabras latinas con V; advocatu(m), aviolu(m), vervactu(m), o verrere.
*En “Sketches” se reproducen faltas de ortografía “hellos”, “habuela”, “trages”…
[1] Desamortización de Mendizábal (1836), en la cual se ponen en venta las propiedades eclesiásticas.
[2] Expedición de Veruela; Álbum de dibujos (28x19) de Valeriano Bécquer (Universidad de Columbia, Nueva York). Mantenemos la grafía original que usó Valeriano en su álbum; “Espedición” en lugar de “Expedición”.
[3] Santos Torroella, Valeriano Bécquer, Barcelona 1948, pag. 24.
[4] Spanish Sketches. Álbum de 68 dibujos de Valeriano Domínguez Bécquer. Biblioteca Nacional, Madrid.
[5] Fechado en 1866. (0,85 de alto por 0,64 de ancho). Museo de Arte Moderno.
[6] Fechado en 1866. (0,84 de alto por 0,64 de ancho). Museo de la Real academia de Bellas Artes de Sevilla).
* En caso de utilizar cualquier párrafo de esta conferencia (presentada en el correspondiente registro de la propiedad intelectual), citar al autor del texto (D. José Ángel Monteagudo) bajo responsabilidad, en caso de no hacerlo, de incurrir en un delito.